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KONSUELO CAPÍTULO VIII

KONSUELO


CAPÍTULO VIII

 


La puerta se abre con rechinar siniestro.

Así lo imagina Mentita en su inclinación al cliché, pero no, nada que ver, qué rechinar, mudas las bisagras. Y ágiles.

Una antesala estrecha, una galería de piedra con otros tres portales. Y en el centro mismo, desde la penumbra, Calvito Unzaín lo mira inerte. Cachiporra de caucho y cara de pelotudo.

Con un gesto imperceptible le indica el portal de la derecha. Golpea antes suavemente. Lo hace pasar después.

La imagen lo enceguece como el fogonazo de un fotógrafo. No tanto el resplandor de la luz como el lustre de las cosas, un fulgor que habla de la mano que pule, que la enaltece. Y el orden. Un orden que ciega.

Un pequeño saloncito con boiserie de alerce y dos sillones de cuero. Lustre charol.

En uno de ellos está él. Una sonrisa triste. Una sobriedad espartana. Y ese perfume turbador a lavanda. Se pone de pie para recibir al preso. Lo mira en silencio interminable. Ha llegado hace unas horas apenas. En el vapor de esa mañana seguramente, pero se lo ve sin una arruga. Casimir inglés. Apolo se retrae cabizbajo, arma la guardia esperando la acusación. Penas, esperando. Decreto de castigo. Y se dispone. Pero no.
Comienza hablando de la calidad. De la calidad caligráfica extraordinaria de esa letra, habla Aroma. Y de la rica humanidad de sus relatos. Le dice algo después que Apolo no podrá luego recordar bien; con voz oscura se lo dice. Tersa y templada. Voz casimir. Mentita se turba tanto que ya después no recuerda las palabras, le queda solo su sensación. Como de caricia. Y el desconcierto. Se retrae por la lisonja. Desacostumbrado. Qué raro es todo. Calidad dice, eso sí recuerda. De su calidad extraordinaria. Y de su aporte benéfico a la vida en prisión. Del soplo de libertad entre muros que aportan esos relatos. Se lamenta después sinceramente de los últimos acontecimientos. De los guardias apedreados, de la fuga se lamenta. Honestamente dice. Dice varias veces honestamente. Del rumbo tumultuoso que ha tomado la comandante. De que un juicio por incitación a la sedición pudiese acabar con algo de esa calidad y ese altruismo. Altruismo, dice. Y tanto más cuanto que. Cómo respeta Menta al individuo que maneja el léxico. Ha leído cada uno de los capítulos. Raro: el copista siente que está perdido y Aroma sin embargo no deja de hablarle de lo ganado. Va comprendiendo poco a poco que no hay nada que Aroma no sepa. Sobrenatural parece. Discurre después el elegante un rato largo sobre la violencia. Sobre las cosas que enfrentan y dividen. Sobre la importancia de que los ideales no nos desunan. Y sobre Konsuelo como la prenda de amor que enhebra a toda una comunidad. Enhebra, dice, y se le escapa una sonrisita menos triste. Y de las intenciones de aquellos que lo envían de que no deba dejar de escribir. Por el contrario, que si fuese necesario olvidar aquella incitación a la violencia lo harían caritativos si Konsuelo continúa su labor humanitaria en un marco de orden, moderación y respeto. Tanto más cuanto que. Los que me envían, dice mirando arriba, pero lo dice con tanta autoridad que a Menta se le da por pensar que no tiene a nadie por arriba. Que él es arriba. Está mareado. Aroma le menciona algunas cosas elementales con argumentos básicos. No pide, menciona. A la reconciliación menciona, y a su letra como prenda de unión. Una letra nacida para unir. Valores, dice. Y liderar. Menciona mucho calidad, unir, valores, caridad y liderar. Contribuir a la paz. Objetivo humanitario. Anudar el lazo social. Y mucho libertad y derivados: liberal, libertario, libertino. Parece mentira cuantas cosas diferentes puede querer decir una misma cosa. Hablan durante un tiempo impreciso. Habla Aroma en realidad pero haciendo sentir al otro incluido. Un tiempo suspendido como el de los sueños. ¿Es un sueño?

Qué maravilloso sería que el folletín pudiera llegar a todos los pabellones, le dice. Sin muros de ningún tipo. Qué injusto que haya presidiarios allí que no puedan acceder a su talento. Bastaría copiar ocho cuadernillos más por semana. ¿Se animaría usted Apolo? Tendría mañana mismo plumas y tinta. Y un permiso especial para dejar los trabajos forzados, claro. Auxiliar docente en la escuela a partir de mañana. No le pregunta si acepta. Aroma no duda. Tanto más cuanto que.

Termina. Le da la mano. Muy firme. Muy. Como si la mano quisiese decir algo. Que confía en su inteligencia y en su talento. Prenda de unión sí lo dice. Konsuelo prenda de unión. Sale.

Calvito lo lleva de vuelta. Estólido, ninguna novedad.

Camina como sonámbulo por el pasillo interminable y en su pasmo descubre de pronto que Aroma lo ha llamado Apolo. No Fenix, Apolo. Lo ha llamado Apolo y lo ha dejado entender a él. Omnisciente.

Un sueño. ¿Fue un sueño? No; se huele: le ha quedado en la mano su perfume. Indubitable. Palmario. Qué hermoso léxico. Tanto más cuanto…

De regreso en la celda, sobre la mesa de cemento una botella. Vidrio. Elemento cortante dirían en requisa. Y el jarro higiénico lleno de agua fresca. Pernod Ricard la botella. Una atención.

Pasa la noche bebiendo pernod con agua, oliéndose la mano y pensando.

Qué difícil es hacer bien lo que de uno esperan, cuando no se sabe bien lo que esperan de uno. A la mañana siguiente la señora maestra entrega una caja lacrada que han dejado para él: Tinta Pelikan de litro y cuatro plumas Soennecken. Germanas. 2 1/2 con porta pluma. Y un secante además. Soennecken también.

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