KONSUELO
CAPÍTULO V
Fue así. Súbito. El rencor es el hongo del bochorno.
Brota fulminante del chaparrón a la escampada. Húmedo y pulposo. Es cierto que
intoxica, pero qué lindo engorda el rencor, señor. Será tóxico, pero qué suculento.
Brota esa misma noche. Alucinador.
Basta de alimentar con margaritas al lechón. Basta
de adobar al repulsivo. Para el populacho hambriento de palabras están
destinadas mis flores al fin y al cabo, se grita Menta, no para esa aristocracia
envarada y de sonrisa falsa. Un ramillete popular la Universala; qué tiene que
hacer en esos círculos de abolengo… Semillas de rebelión mis ideas, qué las
tiene que andar picoteando esa bandada de pajarracos. Al pueblo mi letra y mi
credo. A la clase. A la masa, se grita mudo, para adentro.
Masa, vocifera, y se le representa sustanciosa la
ensaimada, su interlocutora incondicional. Y con ella el café de Sabatino, y
los camarines, y la grupa peruana y el olor agridulce del pepinito. Como aquella
madalena legendaria pero con churrete de pastelera sobre el mármol.
Nada es perfecto en este erial.
Y hablándole a la confitura surge a chorros una vez
más su diatriba. Perpetua.
Basta de teorías secas para los Judas de lentes. No será
en ensayos doctrinales donde mi letra universal ponga a vivir al ideal, no. El
ideario crece en carne, hijo de una revoleada madre rusa. En pulpa. En sebo y
hueso. De encarnarlo se trata, y lo voy a encarnar. Como que me llamo Menta. O
Gauna.
Pero en qué. Dónde. Cómo. Y ahí se traba.
Cómo apaga siempre el cómo al entusiasmo.
Qué carne leería con hambre esa turba carcelaria,
piensa. Qué, cómo, se atormenta.
La idea cae como un rayo. Desde el techo pelusiento
de su ropero en la pensión directo a las rejas de la celda.
Pero si lo ha visto tantas veces. Pero si es tan
simple. Un único libro circula con vigor entre los penados. Destartalado y fabuloso.
Uno sólo imprescindible. Un ejemplar sobado de Memorias de una princesa rusa
que da vueltas y vueltas una y otra vez entre la horda. El itinerario controlado
por la propia comunidad, organizada, con la manía de una bibliotecaria vieja.
Cuarenta o cincuenta lectores por día, a veces más si se encuentra la forma de
pasarlo de un pabellón a otro. Y se encuentra. Cadenas perfectas.
Sí, se envenena Mentita ahí y escupe agrio, los he
visto a ustedes señorcitos Los Respetables asignarse el horario del librejo con
la logística grave de un plan de fuga. Anarquistas tocándose con una princesa,
vamos caramba. Sí señor, los he visto, a mí no me la contó nadie. Y lo mencionaré
alguna vez en la asamblea de la FORA, tengan por seguro que sí. Sufran.
Entonces –vuelve Menta al numen-, si de tanto es
capaz el hombre por su debilidad congénita, cómo es que nadie ha aprovechado todavía
a ese atavismo, a la energía carnal, a favor de la causa. Cómo es que viene desaprovechando
la revolución ese recurso superior.
El rayo. Eureka. Pinga.
Una pornografía librepensadora.
Eso es lo que tiene que editar; pero si está claro como el agua.
Hay propósito al fin.
Esa noche tocándose bajo la cobija acartonada nace
Konsuelo. Konsuelo por el consuelo, claro; y por una tía uruguaya de tobillos
finos con la que se cascó en la infancia tardía. Con k, por exótica, que eso
siempre arrebata. Y por lucir sobre todo su universala preferida, la ka del puño
en alto, y el paso exultante al futuro. Konsuelo. Fresca y aromando siempre a
naranja de ombligo y a sus propios zumos femeniles. Zumos femeniles. Le viene
zumos femeniles de la musa a la mesa y hace apunte mental emocionado: la
inspiración escolta y asiste, gran señal. La rotunda retórica de sus novelitas
puercas se abre de pronto a su disposición. La húmeda verborrea de Lúbrico, la escatología
de Barrabás.
Somos lo que leemos.
Ni rusa ni palaciega. Konsuelo la comunera. La líder
que jamás traiciona, Simón de mierda, tome nota. Una llamarada su melena roja,
indómita como ella misma. Joven, preciosa y musculada en el torso como un
gladiador. Una extremista del amor libre. Pero amor, no mero intercambio de fluidos.
Su cuerpo un templo amante y filántropo.
Konsuelo. Conductora carismática y amorosa. Adalid en
su propia comuna libertaria, su ferviente utopía en lo profundo del gran Chaco.
Konsuelo y los cuarenta comuneros. Músculo, cerebro y genital al servicio de un
folletín.
Sale el sol por la ventanita enrejada justo en ese
momento y la bautiza entonces Amanecer, Colonia Librepensadora Amanecer. Una
noche de placer con cada miembro habrá. Nunca mejor dicha la palabra miembro.
Un folletín de cuarenta entregas. Nunca mejor usada la palabra entrega. Cuarenta
capítulos que nunca capitularán; cómo le sale a Mentita decir todo como
reclame. Intransigentes en su erotismo y en su heroísmo. Erotismo y heroísmo también, como dedo al
culo
Semen y numen.
Otra. Pum.
Sale los viernes. Contando con la pausa pascual y la
navideña y algún imprevisto posible tiene paño para un año. Salga pato o
gallareta el calígrafo ha encontrado su proyecto. Su destino. Pimpampum, el
asunto está en marcha.
El primer capítulo sale de un tirón.
Poblete, el tirabuzón de Providencia. El chileno y
su funambulesca habilidad oral. Con paciencia pedagógica y capacidad didáctica
Konsuelo instruye y entrena al camarada en el dónde y en el cómo de la
sabiduría bucal. Durante una noche de labios inflamados el acróbata de la
lengua rinde examen ante la más exigente de las mesas examinadoras, la de su
mentora. Da y recibe. Rinde y es premiado. Regresa a su litera al amanecer con
flor, diploma y beso. El gran contorsionista de la sinhueso. Ha nacido un
personaje. Parece venir de la nada. O de algún incógnito lugar donde duerme el
numen. La mano del copista se mueve sobre el papel como un barco que va con el
viento, como si estuviese transcribiendo de otro papel sobre el atril. Imágenes
de una oralidad ardiente y la universala acompañando, ajustándose perfecta al
desafío, ceñida como un condón que calca en su firmeza elástica las venas musculosas
de un miembro en batalla. Rojo pendón, en erección y vibrante.
Por ahí va el estilo.
Los adjetivos le brotan coloridos, tórridamente
chaqueños, las metáforas hierven. La hoja levanta temperatura de la mera
deslizada de la mano.
Mera, cómo sale solo el chileno, fíjese.
Poblete recorre a pura boca los rincones más
recónditos de Konsuelo. Los labios dos caracoles ávidos. Los dientes como un
rastrillo espigando ayes. Libando y soplando. Lamiendo. Mordisqueando.
Y ululando.
El saber titán. El ulular en lo profundo de la oquedad
con el secreto zahorí de la nota sagrada. El ulular afinado desde la puerta de
la gruta, entreabierta apenas con la lengua, que hace vibrar convulsas a las paredes
divinas. El antiguo arcano oral revelado allí por fin.
Al que no tiene experiencia Dios le regala la inventiva.
Y el diablo la impunidad.
Konsuelo despide a Poblete enmarcada en la puerta del rancho y le da la última
lección. Erguida y desnuda allí. Su pubis remolacha. Una madona roja, adorable,
en su retablo. Un Sol de Noche a falta de cirio. Dar sin esperar recibir nada a cambio, le dice. Y recibir sin sentirse
en deuda. La premisa primera del anarco socialismo individualista.
Menta termina ese primer capítulo escribiendo de
corrido, lo lee de corrido y se corre, valga el pleonasmo; se derrama en un
espasmo largo, espeso, intenso e incontenible.
Por ahí.
Divino enchastre. Divino enchastre figura cachonda muy
ponderada. Sabrá repetirla.
Su inspiración es la prueba que necesitaba para
tomar fuerza y volver a intentarlo. Prepara esta vez dos copias, una para cada punta
del patio. Y con letra atamañada: no hacen falta lentes para gozar con K,
excluyentes. Basta de elite, basta de escribir para la logia.
¡Al pueblo!
Dos cuartillas plegadas en octavillas, a la medida
perfecta y discreta del bolsillo del uniforme. Cosidas con una crin doble
pasada.
¡Al pueblo, excluyentes!
No le sobra papel pero el ejemplar merece carátula.
A toda página y reforzada la letra con negrita: Konsuelo. Todo sombreado con
tinta rojo viejo que sale moliendo ladrillo en cambio de carbón. Tapa a dos
colores.
Y en la contratapa poesía comprometida, que nunca falte: unos versos adecuados
del compañero Maturana.
La mañana de ese viernes hace la primera
distribución. Una levedad incorpórea. Una fantasmagoría. Debe preservar el
anonimato más que nunca. Elige puntos de reunión obligados y materializa sus
folletines allí con la sutileza de un médium. Tac tac y escapa.
Esa tarde diluvia otra vez. Suspenden los trabajos
en el playón y las clases en el aula. Se queda en la celda ansioso, angustiado
por la suerte de los papeles.
Escampa al atardecer y los llevan al trencito leñero
a descargar unos rollizos de alerce. Engrillados de a ocho en fila. Al pasar
por la despensa de la cocina los ve: dos tauras se pechan taitas a punto de
castañazo. El más petizo - morrudo como un escuerzo el petizo-, defiende tras
la espalda a unas hojas de papel. Enorme letra negra gruesa sombreada de rojo
ladrillo. Inconfundible.
Vuelve a la celda temblando. No duda. Ha sucedido.
A la mañana siguiente lo confirma. Media prisión ha
leído su relato, el cuadernillo circula de pene en pene, y la palabra Konsuelo
es tópico.
El patio arde. Hierve de sobrentendidos. Poblete,
Poblete, lo burlan en falsete a un chileno carterista desde un grupito de
escruchantes y se ríen como criaturas desdentadas.
¡El éxito! Eso que tantas veces había escuchado
mentar a los repulsivos del Apolo, a los devotos de la santa taquilla que se
emborrachan con él: ¡Éxito! Eso que creía un mito, una fantasía; esa rareza le
ha sucedido a él. A él.
En un par de días todo el presidio habla de la
comunera gaucha. La fabulosa activista del poliamor.
Recitan a Maturana y ululan.
Ululan.
Qué lindo va esto por favor, momento esperado del fin de semana.
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