KONSUELO
CAPÍTULO XI
La soledad es el estado propio del genio y del
elegido. Baudelaire, señores, Baudelaire. ¿Les suena?
El individuo ha luchado siempre para no ser
absorbido por la tribu. Si lo intentas estarás solo, y a veces asustado, pero
ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo. Nietzsche
nada menos.
El cuervo vuela en bandadas, caballeros. Pero el águila
vuela sola.
Las memoriza Apolo palabra por palabra, como el
primer día que las profirió exultante en la asamblea de la FORA. Y disfrutó del
revuelo levantando ufano el asalchichado.
Se las repite cada día como rezo.
El individuo, camarada. El individuo.
Todo lo que le hace falta para la vida está en esta
habitación, dice, y se proclama austero.
Un Mónaco en medio de Mozambique esta habitación, se
dice otras veces. Y ahí no.
¡No celda, Radowitzky: habitación, aquí hay un
individuo que habita no un penado que pena!
Sólo sale tres veces de ahí en más: un par de
curaciones de la herida, y la tarde en que le sacan los puntos. Siempre después
recluido. Protegido. Alojado dice el escriba estrella. Durante un tiempo. Un
tiempo que no se sabe. El tiempo confinado es penoso de medir. Y vago. Por
entregas lo mide, por capítulos. Konsuelo es el almanaque Menta. Y hasta su
reloj. Las horas del numen, dice, las de imaginar y escribir. Y las de hacer
copias, que pasan sin pensar, -las que alivian-, cuantas más mejor. Veinticinco
cuadernillos que escupe como una máquina. Las de las comidas también para
reponer fuerzas antes de volver a la pluma. Y la del copetín inspirador. Y luego
la noche, con el ritmo marcado por los leños, uno cada hora por la boca de la
salamandra para que la estufa mantenga el calor. Levantarse de la silla y
estirar la cintura. ¡Thonet vienesa, la silla, ¿se lo he dicho Ratonizky?¡
Están también las horas del recreo.
El Parque Japonés.
El Parque Japonés por la ventana. Por la ventana
entra el sol y la realidad; alimento para el folletín. Todo lo que sucede en el
presidio resuena en el patio y entra. Le basta al recluso asomarse para palpitarlo.
Las novedades, el clima penal. Por la ventana palpita también el suceso de cada
viernes. El entusiasmo de algunos que agitan la bragueta a la ventana en señal
de aprobación.
Todo entra por allí.
El sol, la realidad. Y los piedrazos.
Embocarle a su ventana desde el patio se convierte
en el gran torneo libertario. Muy alta la ventana, solo alguno que otro la alcanza,
pero el obstáculo precisamente es lo que lo vuelve reto. Mentita cada tanto se
exhibe ritual. Pone banquito y se para allí en un rictus que empieza sonrisa y
termina espasmo. El torso recortado justo en el centro de la ventana. Desafía. Tiro
al individuo. Pone su música en la victrola, se toma de las rejas y si alguna se
acerca al vano él esquiva. Esquiva. Como el negro aquel del Parque Japonés, diez
pelotas por un peso. Un quiebre de cadera, una ladeada de cogote y vuelve.
Rictus. Desafía. Se toca maniático la cicatriz de la frente, recorre mecánico
cada uno de los cuatro costurones como un rosario del odio. Y desafía. Lo ven
desde abajo mover la boca en mímica interminable. Sin levantar nunca la voz. Fracaso… Fracaso… Menta contesta a cada
piedra fallida con el mismo conjuro: ¡Fracaso!
Y a cada embocada con un concepto. -Hay que tener reflexión, rígidos, re
flexión, ¿se entiende el concepto? ¡Rígidos, sí! Enyesados de doctrina. Tullidos
políticos. ¡Ah, sí… que se quiebre pero que no se doble! Gloria y loor al
pelotudo de Leandro Alem. Uy qué miedo tengo al cascotito… ¿Saben excluyentes de
dónde viene la palabra fracaso? Qué van a saber ustedes. Del ruido de una rama
al quebrarse viene. Fraccc… Ramitas secas eso son ustedes: ¡Fraccc! El fracaso
está en la rigidez, excluyentes ¿no se entiende eso?
-Uyyy, qué poca puntería, penado Ratowitzky, ¿cuánto hace que no la
emboca?
Ve llegar la piedra, se tuerce, esquiva y vuelve
como un muñeco tentempié. Al ritmo swing de León Kartun. Tuerce y vuelve a
torcer.
-¡Torcido sí, excluyentes, torcido, pero quebrado nunca!
Torcido porque en lo curvo está el cambio, la vida, y en lo recto la rigidez de
la muerte. La fragilidad está en lo recto, fracasados. Más filosofía y menos
doctrina, rígidos, abran las cabezas. Lo elástico, lo laxo, lo flexible. ¿Saben
qué son ustedes? Adoradores de El Baldadito son. Fieles de San Roto. ¿No les
han dicho? ¿Le han contado señor Radowitzky de El Baldadito? Pregunte. Pregunte
y aprenda. Cualquier guardia se lo puede contar. A Calvito pregúntele. ¿Se le
caen las cucardas de hablar con Calvito?
¡Qué brazo raquítico camarada ochenta y seis, se
nota que ese brazo nunca salió de la paja!
La historia de El Baldadito vuelve al patio cada
tanto. Se la cuentan en corro, como se cuenta en el patio. Hubo un penado años
atrás que se la chupaba a él mismo, cuentan. Una quimera genital. Un
contorsionista del circo de Rafetto dado a la mala vida, que terminó en los
cabaré de Rosario haciendo el numerito. La mersa se lo pedía en las duchas y
por un poco de yerba y tabaco montaba su atracción sobre las baldosas mojadas.
Los taitas reían fuerte, pero envidiaban. Envidiaban. Si la naturaleza lo
hubiera hecho laxo al varón se extinguía el género completo doblado sobre sí. Todos
los presos ilusionados con el don probaban a la noche en las literas, cuentan.
Los más consecuentes se ejercitaban rigurosos durante meses. Se acercaban de a
poco, la miraban cara a cara, fruncían mucho los labios pero no llegaban nunca.
Les faltaba lo principal. La condición natural. Ser laxo les faltaba. Todos fueron
abandonando de a poco resignados. Todos menos El Baldadito. Un mártir El
Baldadito. Nadie recuerda su apellido en el corro. El Baldadito es El Baldadito.
El empedernido que siguió intentando. Un milímetro más cada noche. Uno más, uno
más. Implacable. Lo encontraron una
mañana sobre el camastro de su celda plegado y sonriente. Un uróboros de la
verga. Unido en sinfín pero quebrado al medio. Descoyuntado de segunda lumbar. Cuentan
los penados viejos que en los recreos se lo cargaba respetuoso entre dos, y se lo
llevaba de un rincón soleado al otro. Una petit procesión. Un justo. Adorado en
su fe autonomista. Salió libre un día al final, cuentan, y terminó pordiosero
en las escaleras de la Iglesia del Carmen. Que las beatas de la misa de once ponen
todavía en el tarrito su limosna, dicen.
-¡Torcido pero jamás quebrado, sectarios! ¡Laxo!
Ódienme todo lo que quieran, rígidos, disparen sus piedritas y ódienme
baldaditos. ¡Fraccc! Yo ni siquiera necesito odiarlos: me alcanza con esquivar.
Esquivo yo. Ódienme todo lo que quieran que yo bailo y esquivo. Yo no odio, arqueo
nomás.
-¡Fracaaaso…!
Habla en catarata con los de abajo Menta pero no
levanta la voz. Un murmullo. Como si allí flotando frente al vano de la ventana
estuviese Simón alado, le habla.
Tres años después de aquel piedrazo Radowitzky
recibe el indulto y parte, pero el escriba no dejará nunca de hablar con él. De
día y de noche. Lo sorprende a veces al amanecer el aletear odioso de las
palomas que intentan nido ahí. En el entresueño ve al ucraniano y retoma el
soliloquio interminable.
¡Palomitzky!
Ah, los otros, los otros... Va olvidando Menta el
aroma de Aroma, porque ya no le hace falta quizá, porque lo tiene allí,
enfrascado como el genio de la lámpara. Pero los ojos de Radowitzky no
desaparecen nunca. No.
Antes de partir a su destierro en Uruguay Los
Notables despiden a Simón. Forman en el patio, cantan La Internacional y lo
abrazan. Tiran después los piedrazos de rigor a las rejas del folletinero, su modesta
acción directa. Antes de sonar la sirena de regreso a celdas, en el paredón que
apunta al Kiosco Gauna, así lo
llaman, Radowitzky escribe en enormes letras rojas con un cascote de teja: AIVA TRAIDOR. Imprenta mayúscula para mayor tirria del calígrafo. No habrá día en
que algún libertario confinado allí no vuelva a retocar algún trazo con
ladrillo para mantener viva la condena.
-¡Falso! ¡Objeto señor Radowitzky! ¿A qué llama
traición? Aclare, Confuso Anfuso… Claro
que Konsuelo cambió. Lógica categórica, ¿le suena? Vaya a los libros que no
muerden. ¿Qué cosa no cambia? Las cosas mutan porque así es su naturaleza.
¿Traiciona la semilla por volverse un árbol? No, no traiciona, crece y cambia
su apariencia pero no deja de ser lo que es. La evolución es trance natural. Una
comuna encerrada se ahoga. Está probado, le falta experiencia, camarada. Hay etapas.
No se puede vivir en eterno choque, el que choca se abolla. Es una etapa el
choque, necesaria como cualquier etapa, cómo no, ojo; pero no es un objetivo,
es un medio nomás el choque… Como los perros que corren a los autos son ustedes,
utópicos. Si alguna vez cazaran alguno no sabrían qué carajo hacer con él. ¡Piense
un poco de vez en cuando señor ciento cincuenta y cinco!
Habla y sigue hablando con Radowitzky años después
de aquella despedida, de aquella pintada infamante. Habla con él en su vigilia
hasta quedar dormido y habla en sueños con él hasta despertar.
Konsuelo mientras tanto sigue su derrotero juicioso.
Apuesta al orden; aplaca, sosiega. Chacotea, bufonea, garcha y cumple cada
tanto pedidos especiales (… el chirlo,
Konsuelo, usted ya sabe. A mí la que me agrada que me ponga es el chirlo,
le pide a cada rato Calvito). En la cuarta temporada, o en la quinta, según se
cuente, la comuna cambia finalmente su nombre. Bajan, en un capítulo, el cartel
de Colonia Amanecer tallado en quebracho.
Y clavan el nuevo. Pintado de rojo y amarillo. Nace jovial la Colonia Lavanda.
Fresca.
En el trajín de las treinta copias la Universala se
desvencija. La producción seriada no deja tiempo para ornato. Con las pasadas
los trazos destartalados se van componiendo de a poco en una síntesis diferente.
Una caligrafía utilitaria. A veces en arresto optimista piensa en difundirla
como a la otra. Comerciala Praktica
la bautiza un día, Letra Velox al
otro. Pero no pasa todo de un envión sin fuerza. Un piedrazo que no llega a la
ventana. Las energías se las lleva el copiar.
Llega un octubre un cronista de la Caras y Caretas.
Una nota de color. Los curiosos personajes
de la cárcel de Ushuaia. Junto a la foto del Petizo Orejudo una toma
borrosa de la ventana y el torso de Mentita recortado. El loco de la ventana. Su manía de parque de diversiones, dice de
él. Tan brillante el azabache de la cara que parece pintado en tinta china,
escribe. Negrito Pelikan. No menciona que lo llaman Konsuelo. Por favor, una
revista familiar. Soiza Reilly se llama el cronista.
Radowitzky liberado se instala en Uuguay. Con
el inicio de la Guerra Civil Española se sumará allá a las Brigadas
Internacionales. 28 División de Gregorio Jover, brigada de anarquistas. De allí
a Francia y más tarde a México, donde muere en los ´50. En una fábrica de juguetes
donde trabaja. De las cosas que más repetía de sus años en Ushuaia, cuentan los
mexicanos: la comandante Konsuelo y Aiva el traidor.
-¿Traidor porque aposté al progreso? ¿Por eso
traidor? La sociedad está en movimiento continuo, sectario. ¿Ahora se olvida de
la famosa dialéctica, no? ¿De qué más me va a acusar? Ahora maté a Cristo
también yo. Maduró la colonia, señor Simón, se abrió al mundo. Se expandió.
Compartió sus valores con otras colonias. El Chaco es pródigo en colonias.
Polacos, eslovacos, croatas, rusos blancos… -blancos no hebreos, señorcito Ratowizky-. Internacionalismo, ¿le
suena? Fue civilizado. Fue benéfico. Dio y recibió. Se integró. Y entraron a la
novela personajes nuevos y con ellos nuevas noches con nuevos acoplamientos
diferentes. Variedad. Progreso. Nuevos aires. ¡Pregunte en el patio a los
penados cuándo la disfrutaron más a mi Konsuelo, si antes o después! Personajes legendarios llegaron. Todavía hoy
se los recuerda. Pregunte Radowitzky, baje al pueblo una vez aunque sea.
Se manoseá el costurón de la frente y carga.
-Nuestro Pamperito se incorporó, el pícaro tarambana
hijo del estanciero, que paga en medias reses cada noche con la colorada. La
bacanal de los comuneros. Afuera un paisaje nocturno de parrillada infinita y
adentro sudor y gemidos. Vamos a decirlo de una vez por todas: la mujer hermosa
que se vende es el faro luminoso del hombre que progresa. Palabra santa. A mí
que no me vengan. La ve adelante, posible, señor, ve que en su prosperidad
podrá comprarla y ahí prospera. No lo entienden porque tienen la cabeza
encorsetada en cuatro libros viejos, ustedes. Hay que abrir la biblioteca,
excluyentes. Un exitaso Pamperito. Adorado. ¡El polaco Veinteuñas, otro! Siempre
en perrito. ¿Fue suceso o no fue suceso? ¡Hoola
cooola! Se los compró a todos ese loquito ¿Sí o no? Objetivamente como le
gusta decir a usted: ¿sí o no? Nos trajo la risa que nos estaba haciendo falta.
Sin risa no hay pensamiento. Ah, cierto que no lo leyó a Nietzsche usted… Humores
y humor. Risa y orgasmo: la felicidad es un espasmo. ¡”Hoola cooola…”! Célebre la muletilla. Quedó en la memoria del
pueblo. Todavía tantos años después sale acá al patio y la va escuchar a cada
rato a la muletilla. El pueblo la hizo suya. Los penados nuevos ni saben de
dónde viene pero la repiten tocando atrás al vecino: ¡Hoola cooola!
Cabecea Mentita en el delirio interminable y es tan
grande la tirria que rebota la cabeza y vuelve a despertar.
-¡Un orgullo cuando el pueblo te hace suyo! ¿Hubo más sonrisas en el patio, ¿sí o no,
excluyente? ¿Calentó o no mucho más a sus lectores? No me arme retórica, le
pregunto claro: ¿sí o no? Inflamados los tuvo, vamos. Ardientes. Más viciosa la
han querido más todavía a mi Konsuelo. Los enamoró libertaria pero los
enloqueció libertina.
Se pierde, desvaría, pero el odio es brújula impar.
-¡Eso se llama política, excluyente! ¡¿Cuál
traición?! Fantasmagoría suya. Esa
eterna fantasmagoría de confabulación que los tiene enfermos. A mí no me la
contaron, eh… Yo estuve allí, señor. Captar, captar, cómo les gusta a ustedes repetir
el léxico hasta hacerle perder el sentido. Así les va. Sigan así. Así le llegan
ustedes a la población. Mi novela es el éxito carcelario nacional. Sufra
Radowitzky. Y la gran panacea para cualquier desconsuelo. Amenaza de motín:
allí va Konsuelo en sus hojitas, embajadora de la armonía: la violencia
engendra violencia y un poco de oferta anal. Hacinamiento en el pabellón cuatro:
Konsuelo. Peleas a faca en el patio: Konsuelo. Mi Konsuelo penetrada en los
cuatro pabellones. Enhebrando. Ensartando divina como el hilo de un collar.
Prenda de unión. Emprendedora. Liberada y liberal. Como las grandes divas de la
pantalla durante la guerra, ahí tiene una linda imagen: a las trincheras a
alentar, mi Konsuelo, a unir. A que los combatientes sueñen esa noche con ella
y al amanecer levanten la bandera y salgan a morir. ¡Belleza y compromiso,
envidioso!
Entran por las rejas de la ventana las primeras luces.
Los ojos hinchados del desvelo. Tartajea en el desvarío.
- Nació. Nació por fin. El aura del día. Bendito
amanecer. Amanece y duermo. Paso la noche alimentando la llama. Ahí tiene quien
quema la Tierra del Fuego. Se van las sombras cortas y llegan las largas. El
sol oblicuo, dice la geografía. Qué sabe la geografía: los espejos deformantes
del Parque Japonés son. Ushuaia es el Parque Japonés del continente. El Palacio
de la Risa. Demasiado largas las sombras de mierda. Como culebras se estiran;
se van estirando tanto desde la tarde que llegan hasta la noche. Y la ocupan.
Quedan enanas. Contrahechas, pero la ocupan. Los espejos del Palacio de la
Risa. El Hombre Montaña del Teatro Casino vuelto en un rato el enano
pintarrajeado del Sarrasani. ¿Me está escuchando Radowitzky? ¿Lo venció el
sueño? Demasiado fácil de vencer usted. Yo
no. Tendría que callarme el sueño para vencerme, que enmudecerme tendría. Que
cortarme las cuerdas vocales con una pico de loro.
Toma de la
botella el último trago de pernod. Cae y se rompe, la botella.
-¿Cerró los ojos? Cerró. Con los ojos cerrados desaparece
usted, ¿sabía? Fíjese. Seguro no sabía. Cuántas cosas no sabe usted. Sus ojos. Me
cago en sus ojos. Viene a ser como dios
usted acá, pero no se la vaya a creer: un dios de mierda. Me cago en usted, dios.
Sombra enana, dios ucraniano. Por eso creo en la naturaleza. No tiene párpados
la naturaleza.
La condena de Menta se cumple un día finalmente. La
orden de excarcelación no llega. Tampoco la reclama. Qué sería de él afuera
ahora. ¿Volver a trajinar foyer para conseguir unas copias miserables? ¿Esperar
la quincena del anito? Qué es un artista al fin y al cabo sin una comunidad que
le dé sentido.
Varios años después, avanzados los´40, el Petizo Orejudo estrangula con un piolín al gatito de turno. Al querendón de la ranchada. Konsuelo ese viernes pide la cabeza del retrasado. Feroz. Siniestra. En la contratapa de un capítulo dedicado al chirlo, lo pide. Lo linchan a la mañana siguiente en las duchas al Petizo.
No se recuerda mucho más de la saga.
Meses después la publicación se va espaciando. Nadie sabe ya por qué hay que hacerlo,
pero no falta en el recreo quien intente llegar con su piedra a la ventana.
Vacía ahora la ventana. Un sábado de mayo aparece tapiada. Cubierta con
ladrillos. Quien visite hoy la cárcel verá todavía la sombra del remiendo.
A la pintada sobre el muro la borra la lluvia.
Los cuadernillos viejos siguen circulando un tiempito
y al final se marchitan. Diarios de ayer. Los arman con tabaco algunos. De un
folio cuatro cigarros. Ni se nota en el humo el olor a tinta.
Fuego, brasa, ceniza.
Alguien encuentra en un canuto aquel viejo ejemplar sobado.
Memorias de una princesa rusa. Fresca como del día la princesa vuelve a peregrinar
de mano en mano.
La virtud perenne de lo clásico.
FIN
4/10/2020
Muchas gracias Mauricio. Lo disfruté mucho durante estas semanas.
ResponderEliminarMe encantó! Gracias!!!
ResponderEliminarMuchas gracias, Mauricio! Fueron muchas semanas esperando viernes para leerte. Un abrazo!
ResponderEliminarMuy bueno maestro... sale obra de teatro quizás ? Abrazo.
ResponderEliminarGracias, Kartún! Aplauso, medalla y beso, si me permite.
EliminarMuchas gracias!!! Disfrute muchísimo de este folletín, se siente el olor de la tinta, la dedicación en cada copia, la caligrafía de Apolo Menta...
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