Konsuelo
Capítulo IV
Qué bien pero qué bien se llevarían Los Respetables con la Compañía Parravicini sobándose mutuamente los escrotos por debajo de las mesas del café teatral de Sabatino. Estrellas de la farándula y astros de la ergástula, ¿Dónde está la esdrújula diferencia? Todos de la misma runfla, afiliados al gremio de las figuras. ¡Los Respetables! Farabutes relamidos, hacerse llamar Los Respetables… Porque ojo, que han sido ellos mismos los que se pusieron el título. Seguro. Lo rubrico. Envarados de divismo están. ¡Figuras del pabellón! Figuras como el comemierda Parra. Figuras, claro porque sus vidas son figuradas.
¡Figurines!
Apolo bufa en la celda su diatriba inmanente. Diatriba
inmanente es muy Mentita. Su inquina no tiene paz ni sosiego. Ni entre rejas. Afrentado
una vez más. Afrentado dice. He sido afrentado. A mí se me ha hecho una
trastada. Sueña venganzas encarnizadas. Rocambolescas.
Fue todo un torbellino de apenas dos días. Dos días
enfebrecidos de llevar adelante su numen. Todos dicen idea, pero Menta, ya se
sabe, no quiero abundar, tatatá: numen. Otra vez el numen. Su inspiración: Ushuaia
como incubadora, criadero y corral de la Universala. Lanzar una publicación manuscrita
en los papeles robados a la escuela. Un folleto con el que empezar a mostrarla,
a pasearla tentadora por el patio. ¿No publican gratis los autores sus escritos
en cualquier pasquín con tal de sentirse leídos? ¡Gratis! Yoteleotumelees. ¿No
exponen los plásticos sus obras con tal de verlas colgadas en una pared, una al
lado de la otra. Dice plástico, se cruza la imagen de amante limeña y esposo, pero
no son grupas lo que ve, no, es otra cosa lo que ahora lo toca abajo. Ay,
vanidad, vanidad. Una exposición de su universala, sueña Menta. Solapada. Para los activistas del pabellón al principio,
sus lectores potenciales, sueña. Algún escrito austero pero de caligrafía
preciosa con el que empezar a exhibirla poco a poco, con el que presentarla de
manera natural, ponerla ahí como si nada para que se vayan enamorando de ella,
pero mire compañero qué hermosa la letra esa y qué nuestra. Dejarla ir,
impregnando todo como el agua que corre. Primero entre los cultivados, después
quien sabe. Instruir en secreto a algún hábil de pluma porqué no. O a más de
uno. Y llegar a los incultos. Y a los analfabetos después. Sí. Y formarlos desde
cero en la proporción preciosa de la Universala. Sueña. Sueña. Con una
población reclusa que la tiene como letra madre, sueña. Y que la propala
ferviente. Y por qué no, vamos, con dejarla ir al mundo después en las manos consecuentes
de los que salen.
La letra que penetra.
Los artistas son muy de soñar. Y los sueños no
suelen tener frontera.
Es tan poderoso el impulso que el primer folio lo tiene
listo en unas horas. Se propone algo conciliador y cautivante pero en el fervor
de la mano el resentimiento lo tironea y el escrito agarra para el lado Mentita
de la refutación. ¡Servite, colectivista! El individuo como único dueño de sí
mismo, interactuando con los otros a través de la asociación voluntaria. Predicando, hermano, el anarcoindividualismo spenceriano.
El sujeto, compañeros, todo nace del sujeto, carajo.
El sujeto predicado.
Resume todo en la doble cara de una cuartilla. Será clandestina, por supuesto. Nadie debe sospechar que el mudo Gauna es el autor. Elige la hoja más tersa, agrega a la tinta doble polvo de carbón para que el trazo resalte más todavía, salte a los ojos, los asalte, los aborde y los conquiste. No duerme esa noche tampoco. Amaneciendo lleva el papel al recreo higiénico escamoteado en la gorra. Está nervioso. Se le frunce en un tic el asalchichado. Estudia metódico el cosmos cautivo. Quien va, quien viene, quien ronda. Un astrónomo de patio. Disimulando apoya por fin su obra sobre un banco de piedra hacia el que marchan en su giro Los Respetables. Doblada al medio la cuartilla y con un canto rodado grandote encima. Un huevo armonioso de granito. Gris sucio como todo allí. Lo manosea un rato hasta sacarle lustre y lo apoya de pisapapeles. Comprueba que nadie lo haya visto y sigue su marcha sigiloso. No se atreve a estar allí cuando lleguen, tiene miedo de que los nervios lo delaten. Su viejo problemita con la actuación. Controla apoyado en el tronco seco de una lenga. Cuando la camarilla está ya a unos pasos del banco gira y se aleja rápido. Aprovecha a llevar su zambullo a la cola pachorra del pozo ciego. Regresa ansioso unos minutos después. Los Respetables han pasado por allí hace un momento y el panfleto no está. Convulsión del asalchichado.
A paso vivo alcanza a la caterva roja y camina atento
a la par. Se hace el oso. Lo palmean cuando llega. Le tienen aprecio Los
Respetables. Un aprecio socarrón pero aprecio al fin. Se ríen un poco, le
desconfían otro poco y otro poco gozan orgullosos de su presencia incondicional
de lumpen prosélito. De su aiva. Los pierde el estrellato, dirá Apolo contando
esta historia tiempo después. El divo es muy débil de abajo, caballero. Una
caricia en el escroto y abre los muslos.
La oreja parada el oso hasta que suena la campanada
de regreso, el martillazo sobre el pedazo de vía colgando, pero nada. De su
escrito ni noticias.
Está desconcertado. Misterio. Escribe esa noche otra
copia. Con el mismo cuidado primoroso. Vuelve a intentarlo a la mañanita. Repite
el plan. La hoja doblada sobre el banco, la piedra bola. El corro que llega. La
cola del retrete, regreso y otra vez el vacío. Sin rastros del papel. Sin
comentarios. ¿Les resultaba el tema demasiado candente? ¿No coincidía con sus
discusiones del mes? Sí señor, contará alguna vez Apolo, calendario de
discusiones tenían los muy pedantes.
Confundido intenta al día siguiente cambiando el
tema. Arte y libertad. Morigera la filípica. Chupa medias colectivistas un
poquito. Pero no hay caso. Tampoco. La misma suerte funambulesca: esfumado. Desvanecido
el folio en el aire. Misterio. Decide con el cuarto finalmente una pesquisa. Lo demoran dos
días de lluvia y sin recreo. Sufre cada gota. Mira las nubes por la banderola
enrejada. Se desvela más. Alucina. Escampa al fin el martes y salen. Los ve
llegar, seca el banco con la manga, lo coloca, se aparta, pero se disimula esta
vez contra el musgo del paredón. Y espera. El paciente pescador. Entonces lo ve:
antes de que la crema libertaria llegue al banco Radowitzky se adelanta y va
directo al papel. El corazón le da un salto. El ruso lo toma, lo dobla disimulado,
y lo manda al bolsillo. De pronto por fin entiende: develado el misterio: nada menos
que su paladín era quien lo paladeaba. El que atesoraba codicioso la primicia. Un
nudo en la garganta. Pero un nudo cerrado, un nudo marinero.
Simón mira con disimulo a los lados y se aparta. Menta
tiene un impulso y lo sigue. Está tan feliz, tan orondo, que hasta duda por un momento en darse a conocer. Ir, confesarse
el padre de la criatura y esperar el abrazo. Radowitzky entra a los baños. No
quiere compartirlo. Y no resiste las ganas de leerlo apartado, eso es claro.
Apolo espera su turno en la puerta. Otros dos penados se agregan a la cola. Lo
imagina al líder leyendo allí adentro. Refutando. Cabeceando. Pasan los
minutos. Tomá colectivista, no es caldito esto que te lo mandes de un trago. El
nudo cada vez más apretado. Sale por fin el cabeza con el gesto adusto de
siempre y vuelve al carrusel. Mentita entra al excusado. Sofocante el nudo.
Imposible ya de desanudar. Un nudo gordiano. El sablazo se lo corta en dos: ahí
en la letrina, colgando todavía de un sorete fresco y soviético su volante
hecho un bollo pegote se desliza lentamente hacia el pozo ciego. Lo saluda con
una pirueta burlona y se hunde en la profundidad.
En la escasez proverbial de papel Radowizky ha usado
su arte estos días para limpiarse el culo.
Una trastada. Más literal no hay.
El viento ululante del mar tapa los gemidos. Un
arlequín. Un hazmerreir. El panete de un sainete de los apestosos. La mentita
que se convida en el foyer.
Una puñalada de caca. Se le cae el líder al pozo
ciego.
¡Sí señor, usted, señorcito 123, usted era el líder
y zambulló a la cloaca! De cabeza. Cabeza, que es lo que usted ostenta y yo compruebo
que le falta.
¡Pero las cenizas tienen gran tesón Simón
Radowitzky, eh! Saben que ya no pueden arder las cenizas, y eso las hace temerarias.
Invencibles. No hay mejor nido que las cenizas para que una brasita crezca a incendio.
Recuerde que soy Fénix. Fenix soy.
¡No te des por vencido ni aun vencido! ¡Contra
viento y marea y se van uno por uno en fila india a la reputa que los parió!
Qué te parió, Mauricio! Groso, como siempre
ResponderEliminarWoow...impresionante
ResponderEliminarmenudos lujos que se da el mentita este escribirle directo nomas al "Simon" en Usuahia viva la escritura maestre...
ResponderEliminarHermoso Mauricio! Gracias por tanto maestro.
ResponderEliminarKartun: te tuteo sólo x amor, no puedo decirte usted... sos un genio. Gracias. Maravilloso.
ResponderEliminarExcelente relato, tenés el gran don de la palabra, mezcla rara de aliteraciones deliciosas y el neologismo al dente, sin pegote. Ahora Menta sabe que se juega la vida con el folletín de cada viernes.
ResponderEliminarNAH!!! Que bueno.
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